
Fragmento extraído del libro El Loco del periodista político Juan Luis González, 2023.
Introducción, Germán Lev
El siguiente retazo es un ensayo del filósofo francés Jean Baudrillar publicado en 1991. La Guerra del Golfo no tendrá lugar se divulgó en el contexto de la Guerra del Golfo Pérsico (1990-1991), que enfrentaría a E.E.U.U y los aliados de la OTAN contra Irak. Conflicto al que Sadam Husein no escatimó en denominar como "la madre de todas las batallas".
El ensayo de Baudrillar expone las nuevas formas de manipulación mediática de los acontecimientos globales relevantes. De esta forma, podemos remarcar algunos puntos claves que nos permiten reflexionar sobre nuestro presente:
Por Jean Baudrillard, 1991
"Ya somos todos, in situ, rehenes estratégicos: nuestra posición es el televisor, donde virtualmente nos bombardean a diario, mientras seguimos cumpliendo también con nuestra función de valor de cambio. En este sentido, el sainete grotesco de Sadam Husein sirve de diversión; diversión de la guerra y diversión del terrorismo internacional a la vez".
Desde el principio, se sabía que esta guerra no se iba a producir. Tras la guerra caliente (violencia del conflicto), tras la guerra fría (el equilibrio del terror), ha llegado la hora de la guerra muerta ⎯descongelación de la guerra fría⎯ que deja que nos las compongamos con el cadáver de la guerra, y con la necesidad de gestionar este cadáver en descomposición, que nadie en los confines del Golfo consigue resucitar. Por el cadáver de la guerra andan a la greña Estados Unidos, Sadam Husein y las potencias del Golfo.
La guerra ha entrado en una fase de crisis definitiva. Es demasiado tarde para la tercera guerra mundial (caliente), se ha producido ya, destilada en la guerra fría en el decurso de los años. Ya no se producirá ninguna guerra más. Cabía suponer que la defección del bloque del Este, favoreciendo la disuasión, iba a abrir para la guerra nuevos espacios de libertad. No es éste el caso, pues la disuasión no ha concluido, sino todo lo contrario. Funcionaba como disuasión recíproca entre ambos bloques, por exceso virtual de los medios de destrucción. Sigue funcionando en la actualidad, mejor aún si cabe, como autodisuasión. Autodisuasión total, que llega hasta la autodisolución, del bloque del Este, pero autodisuasión profunda de la potencia americana también, y de la potencia occidental en general, aquejada de parálisis por su propio poder e incapaz de asumirlo en términos de correlación de fuerzas.
Por este motivo, la guerra del Golfo no tendrá lugar. Este estancamiento de la guerra en un suspense interminable no resulta tranquilizador ni reconfortante. En este sentido, el no-acontecimiento del Golfo es de una gravedad que supera el acontecimiento mismo de la guerra: corresponde al período, altamente nefasto, de putrefacción del cadáver, que sume en la náusea y en un estupor impotente. En esta circunstancia también, nuestras defensas simbólicas son harto débiles, el dominio del fin de la guerra no está en nuestras manos, y todos vivimos este hecho con la misma indiferencia vergonzante, exactamente como los rehenes.
La no–guerra se caracteriza por esa forma degenerada de la guerra que constituyen la manipulación y la negociación de los rehenes. Los rehenes y el chantaje son los productos más genuinos de la disuasión. El rehén ha ocupado el lugar del guerrero. Se ha vuelto el personaje principal, el protagonista del simulacro, o mejor dicho, en su pura inacción, el protagonizante de la no–guerra. Los guerreros se entierran en el desierto, únicamente los rehenes ocupan el escenario, incluidos todos nosotros como rehenes de la información en el escenario mundial de los medios de comunicación. El rehén es el actor fantasma, el extra que ocupa el espacio impotente de la guerra. Ahora se trata del rehén colocado en puntos estratégicos, mañana del rehén como regalo de Navidad, del rehén como valor de cambio y como liquidez. Degradación fantástica de lo que constituía la esencia misma de la figura del intercambio imposible. Con Sadam Husein, que se ha transmutado en el capitalista del valor del rehén, en el vulgarizador comercial del mercado del rehén, después del de los esclavos y del de los proletarios, hasta este valor fuerte se debilita y se convierte en el símbolo de la guerra débil. Ocupando el lugar del desafío guerrero, se convierte en sinónimo de la debilidad de la guerra. Y todos nosotros, rehenes de la intoxicación de los medios de comunicación, inducidos a creer en la guerra, como antes en la revolución en Rumania, sometidos al simulacro de la guerra como a arresto domiciliario, ya somos todos, in situ, rehenes estratégicos: nuestra posición es el televisor, donde virtualmente nos bombardean a diario, mientras seguimos cumpliendo también con nuestra función de valor de cambio. En este sentido, el sainete grotesco de Sadam Husein sirve de diversión; diversión de la guerra y diversión del terrorismo internacional a la vez. Con su terrorismo blando, por lo menos habrá acabado con el terrorismo duro (palestino o de cualquier otro signo), en lo que se revela, como en muchas otras cosas, el cómplice perfecto de Occidente.
Esta imposibilidad de pasar a la acción, esta falta de estrategia, acarrea el triunfo del chantaje como estrategia (por parte de Irán, todavía existía un desafío; en el caso de Sadam, no hay más que chantaje). La abyección de Sadam estriba así en haberlo vulgarizado todo: el desafío religioso convertido en falsa guerra santa, el rehén sacrificial en rehén comercial, el rechazo violento de Occidente en chanchullo nacionalista, la guerra en comedia imposible. Pero hemos contribuido ampliamente a ello. Dejándole creer que había ganado la guerra contra Irán, le hemos impulsado a concebir la ilusión de una victoria contra Occidente. Esta sublevación del mercenario constituye realmente el único aspecto irónico y regocijante de toda la historia.
Ni estamos en una lógica de la guerra, ni en una lógica de la paz, sino en una lógica de la disuasión, que se ha ido abriendo paso, inexorablemente, a lo largo de cuarenta años de guerra fría, hasta su desenlace en nuestros acontecimientos actuales; una lógica de los acontecimientos débiles, grupo al que tanto pertenecen los del Este como la guerra del Golfo. Peripecias de una historia anoréxica, de una guerra anoréxica, que ya no alcanza a devorar al enemigo, debido a que no concibe al enemigo como digno de ser desafiado y aniquilado ⎯y bien sabe Dios que Sadam Husein no es digno de ser desafiado ni aniquilado⎯ y que por lo tanto se devora a sí misma. Es el estado desintensificado de la guerra, el del derecho a la guerra, con la luz verde de la ONU, del despliegue de precauciones y concesiones. Es la utilización del preservativo ampliada al acto bélico: ¡haced la guerra, como el amor, con preservativo! En la escala de Richter, la guerra del Golfo no llegaría al grado dos o tres. La escalada es irreal, como si se creara la ficción de un seísmo manipulando los instrumentos de medición. No estamos en el grado fuerte, ni en el grado cero de la guerra, sino en el grado débil, tísico, en la forma asintótica que permite rozar la guerra sin toparse con ella, en el grado transparente que posibilita ver la guerra desde el fondo de la cámara oscura.
Tendríamos que haber empezado a sospechar con la desaparición de la declaración de guerra, desaparición del paso simbólico a la acción, que auguraba ya la desaparición del final de la guerra, posteriormente de la diferenciación entre vencedores y vencidos (el vencedor se convierte fácilmente en el rehén del vencido, siempre el síndrome de Estocolmo), y por último de las propias operaciones. Una guerra interminable por lo tanto, puesto que jamás se habrá iniciado. De tanto soñar con la guerra en estado puro, con una guerra orbital limpia de todas sus peripecias políticas y locales, hemos caído en la blandura de la guerra, en su imposibilidad virtual, que se traduce en esta polvareda irrisoria en la que los adversarios rivalizan en su desescalada, como si el estallido, el advenimiento de la guerra, se hubiera vuelto obsceno, insoportable, como cualquier suceso real, por lo demás; nos hemos vuelto incapaces ya de asumirlo. Así pues, todo se transfiere al ámbito de lo virtual, y con lo que nos las tenemos que ver es con un apocalipsis real.
La convicción más extendida es la de una correlación lógica entre lo virtual y lo actual, según la cual toda arma disponible no puede no ser utilizada algún día, ni una concentración de fuerzas semejante no abocar al conflicto. Ahora bien, tal cosa responde a una lógica aristotélica que ya nada tiene que ver con la nuestra. Nuestro virtual supera definitivamente lo actual, y tendremos que contentarnos con esta virtualidad extrema que, a diferencia de lo que sucede con Aristóteles, disuade de pasar a la acción. Ya no estamos en una lógica de pasar de lo virtual a lo actual, sino en una lógica hiperrealista de disuasión de lo real mediante lo virtual.
En este proceso, el rehén una vez más resulta revelador. Extraído como una molécula en un proceso experimental, destilado después gota a gota durante el intercambio, lo que está en juego es su muerte virtual, no su muerte real. Además nunca muere, a lo sumo desaparece. Y jamás existirá monumento alguno al rehén desconocido, todo el mundo se siente demasiado avergonzado; esta vergüenza colectiva que se adhiere al rehén refleja la degradación absoluta de la hostilidad real (la guerra) convertida en hospitalidad virtual (los «huéspedes» de Sadam Husein).
Pasar a la acción por lo general está mal visto: correspondería a un levantamiento brutal de la inhibición, y por lo tanto a un proceso psicótico. Parece que esta obsesión por el paso a la acción determina en la actualidad todos nuestros comportamientos: temor obsesivo a todo lo real, a cualquier acontecimiento real, a cualquier violencia real, a cualquier goce demasiado real. Contra esta obsesión por lo real hemos creado un gigantesco dispositivo de simulación que nos permite pasar a la acción in vitro (hasta resulta cierto para la procreación). A la catástrofe de lo real preferimos el exilio de lo virtual, cuyo espejo universal es
la televisión.
La guerra no queda al margen de esta virtualización, que es como una operación quirúrgica: presentar el rostro liftado de la guerra, el espectro maquillado de la muerte, su subterfugio televisivo, más decepcionante todavía (como muy bien se ha visto en Timisoara). Hasta los propios militares han perdido el privilegio del valor de utilización, el privilegio de la guerra real. La disuasión ha pasado por ahí, y no deja títere con cabeza. Tampoco ellos, como tampoco los políticos, saben ya qué hacer con su función real, con su función de muerte y de destrucción. Están abocados a la estafa de la guerra, como los otros a la estafa del poder.
Fragmento extraído del libro El Loco del periodista político Juan Luis González, 2023.
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